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Ansiedad y su relación con el sistema nervioso

Siempre he intuído que el sistema nervioso y su cuidado es básico para llevar una vida equilibrada. Un sistema nervioso en equilibrio nos proporciona una vida saludable, un sistema inmune fuerte y nos permite desarrollar nuestra vida diaria con armonía.

Hábitos saludables

Mi experiencia con el sistema nervioso antes y después de la ansiedad

Un sistema nervioso debilitado, en cambio, es la puerta por donde entra el desequilibrio (corporal, mental y emocional).

Cuando me preguntan sobre cómo empezar a sanar la ansiedad y me platican de un síntoma y cuál sería la solución a ese síntoma, siempre digo que, en relación a mi experiencia, lo básico es cuidar y reequilibrar el sistema nervioso, por ende, lo demás se pondrá en su lugar. Así que en este post me gustaría hacer un breve viaje para platicarte de la relación que he tenido con mi sistema nervioso y cómo sané mi ansiedad a través de cuidarlo a él.

Los conceptos que a mí me sirvieron para estructurar en mi cabeza el funcionamiento del sistema nervioso son: sistema nervioso autónomo, sistema simpático, sistema parasimpático y carga alostática.

Sistema nervioso: desde el punto de vista funcional, el sistema nervioso periférico puede dividirse en sistema nervioso somático que se controla de forma voluntaria y sistema nervioso autónomo que funciona de forma involuntaria o automática (éste es el que nos interesa aquí).

- Sistema Nervioso Autónomo (SNA): es la parte del sistema nervioso que controla y regula los órganos internos como el corazón, el estómago y los intestinos (órganos que reaccionan ante el trastorno de ansiedad), sin necesidad de realizar un esfuerzo consciente por parte del organismo.

- Controla funciones de manera automática como por ejemplo los latidos del corazón, la digestión, la respiración, el sudor y la presión arterial.

- El sistema nervioso autónomo está formado por el sistema nervioso simpático y el sistema nervioso parasimpático.

- Sistema nervioso simpático: es el encargado de activarse ante una situación que percibimos como peligrosa, activando todo el mecanismo de estrés en nuestro cuerpo.

- Sistema parasimpático: es el encargado de activar la relajación una vez el peligro percibido ya ha pasado, haciendo que vuelva la calma.

- Carga alostática: capacidad del cuerpo para recuperarse tras un evento estresante.

Breve introducción a lo que sucede cuando se activa el estado de alarma en nosotros

Cuando enciendes la alerta dentro de ti, ocurre que se activa una de las partes del sistema nervioso: el sistema simpático. Es el encargado de activarse cuando el cuerpo entra en estado de estrés, concentrando toda la sangre en las extremidades, haciendo que la respiración se acelere, que las manos suden, y todo ello para facilitarnos la adaptación a la situación que entendemos como peligrosa. Así, el cuerpo está preparado para luchar o huir. Se trata entonces de un estrés adaptativo y muy necesario.

Una vez pasa el peligro, el sistema nervioso, haciendo uso de su carga alostática, activa la otra parte que lo compone: el sistema parasimpático, que es el encargado de activar el relax para así volver a reequilibrar.

Se trata de un funcionamiento natural de activación y desactivación. El desequilibrio se produce cuando vivimos muchos picos de estrés y, aunque el cuerpo trabaje para activar el sistema parasimpático, no le da tiempo a relajarse porque el evento estresor sigue activo (ya sea de manera real o en nuestra mente). De esta manera empieza a sucederse un estrés detrás de otro estrés agotando el sistema nervioso y debilitándolo. La consecuencia es que nos volvemos intolerantes a los síntomas del estrés que al principio asumíamos y gestionábamos de manera natural gracias a la carga alostática. Esa intolerancia se traduce en lucha contra los síntomas, el estrés se prolonga en el tiempo, la lucha se alarga y se pasa del estrés a la ansiedad.

La ansiedad es ansiar que las cosas sean diferentes, querer no sentir lo que se está sintiendo física, mental y emocionalmente. Aquí el desequilibrio en el sistema nervioso ya se ha producido: el sistema simpático (alerta) está activo, mientras que el sistema parasimpático (relax) no se activa porque ya se ha agotado la carga alostática (capacidad natural e innata del ser humano para asumir los picos de estrés, vivirlos, y volver a la calma).

Es importante destacar que en este caso el componente estresor sigue activo. Aunque el peligro ya haya pasado, la mente sigue recreándolo una y otra vez manteniéndolo vivo. Como la mente no hace diferencia entre un pensamiento antiguo y la realidad, el cuerpo reacciona como si el recuerdo fuera la realidad presente. Entonces entramos en el círculo vicioso generándonos la ansiedad.

Mi sistema nervioso y yo antes de la ansiedad

Desde pequeña y hasta que el trastorno de ansiedad llegó con más fuerza a mi vida, crecí como una niña saludable, feliz, contenta, despreocupada y siempre activa, hasta los 10 años. A los 10 años viví la experiencia que hizo que me sintiera delante de un peligro inminente (sobretodo a nivel emocional, fue un shock) y que mi cuerpo empezara a vivir en alerta (en otro post contaré mi historia). Destaco el momento en el que mi cuerpo puso en marcha el mecanismo de defensa de estar alerta, porque es ahí donde la ansiedad, aunque leve y sin yo saberlo entonces, empezó a ser generada por mí (sin yo ser consciente).

En ese instante y desde mi cabecita de niña sentí que, gracias a ese mecanismo, de alguna manera encontraba la forma de calmar el nudo que se había instalado en mi estómago y que nunca más volvió a dejarme vivir en paz hasta que la ansiedad se manifestó en su nivel más alto obligándome a entrar en esa emoción que en mi infancia había bloqueado.

Así que, cada vez que yo me sentía en peligro, que entonces era la mayoría del día, recurría a encender la alarma dentro de mí, a bloquear mi sentir para no sufrir, y a vivir en mi mente generando posibles escenarios peligrosos a la vez que estrategias mentales para resolverlos. Y así entré en un bucle de sufrimiento-placer: la emoción de peligro con relación al evento que viví a los 10 años estaba viva en mí, lo que me producía un nudo en el estómago. Entonces, para no sentir ese nudo, es decir, para no habitar mi cuerpo y enfrentar esa emoción, le cedía el poder a mi mente. Mi mente se imaginaba escenarios o revivía el evento una y otra vez generándome mucho malestar y sufrimiento y, a la vez, me proporcionaba calma y placer construyendo estrategias para resolver aquellos escenarios amenazantes.

Al no habitar mi cuerpo, al no acoger esas emociones de miedo, pavor, ganas de correr, ganas de llorar, terror, agobio, desintegración y desconcierto, fui cediendo más y más poder a mi mente con el nerviosismo que ello comportaba y el debilitamiento mental y al final también físico que los bucles mentales provocan.  De esta manera creé un espacio dentro de mí con síntomas depresivos donde cada vez que entraba revivía todos los síntomas y emociones. Y así el mecanismo de defensa de estar alerta se convirtió en mi modus vivendi.

Mi sistema nervioso y yo durante y después de la ansiedad

Después de años viviendo en alerta y, tras una serie de eventos que viví como muy estresantes, la ansiedad se manifestó de manera más fuerte en mí y mi relación con mi sistema nervioso empezó a ser una guerra: él estaba todo el día alerta, eso me generaba muchos síntomas físicos, yo luchaba contra esos síntomas, segregaba más adrenalina, y esos síntomas se acentuaban. Para no sentir mi cuerpo, me cerraba al dolor, me resistía y eso me generaba sufrimiento. Cedía entonces el poder a mi mente, pasándole toda mi energía. Cada vez la tensión mental era más fuerte, cada vez mi sistema simpático estaba más y más activo y, así, mi sistema nervioso en general se desequilibraba cada vez más. Ya no era capaz de activar mi sistema parasimpático (relax), cada vez tenía más insomnio y cada vez ponía más resistencia a todo este conjunto.

La consecuencia era que el bucle crecía: la resistencia y la lucha generaban más adrenalina, y así otra vez el mismo recorrido, pero con más tensión, más agotamiento, y más síntomas: debilitamiento del cuerpo físico, cansancio mental, insomnio, confusión mental, incapacidad para tomar decisiones, inseguridad, miedo, mucho miedo, miedo excesivo: crisis de ansiedad. Lucha contra las crisis de ansiedad, cada vez más miedo a los síntomas físicos y mentales, sensación de pérdida de control, miedo a morir: ataque de pánico. Miedo a los ataques de pánico (Con el tiempo entendí que el único ataque de pánico que existe es el primero, todos los demás son miedo al miedo( y resistencia a todo lo que supusiera un peligro, que al final era todo en general. Así que: más tensión, mucho embotamiento mental, mucho agotamiento físico y mental: despersonalización.

En definitiva, una lucha constante contra los síntomas, lo que hacía que ellos se acentuaran. Era una guerra contra mí misma.

Una vez entendí que poner resistencia y desear que la ansiedad se fuera de inmediato tenía el efecto contrario, empecé a aplicar la aceptación hacia los síntomas, lo cual es un esfuerzo menos añadido. Esa aceptación hacía que ya no segregara más adrenalina de la que el estado de alerta ya proporciona, con lo que daba espacio para que mi sistema parasimpático pudiera empezar a reaccionar. Cuanto más aceptaba y más me dejaba sentir lo que fuera que estuviera sintiendo, más momentos de tranquilidad experimentaba.

Así que empecé a trabajar a favor de mi sistema nervioso. Empecé a construir una rutina diaria. Me levantaba siempre a la misma hora y lo mismo para acostarme. Comía a las mismas horas y empecé a cuidar la alimentación introduciendo en mi dieta alimentos para fortalecer el sistema nervioso (grasas buenas como aceite de oliva de primera prensada, frutos secos, harinas integrales, pescado azul, especias como la cúrcuma y el jengibre, entre otros muchos). Empecé a cuidar mucho mi descanso y las horas de sueño, haciendo una rutina de sueño contundente y constante. Y empecé a hacer largas caminatas y a profundizar en mi práctica de yoga (hatha yoga entonces).

Fue de esta manera que mi sistema nervioso empezó a encontrar el equilibrio de nuevo. Una vez amornizada, me hago responsable de cuidarlo a diario.

Deseo que este trocito de mi experiencia y aprendizaje te sirvan para iniciar tu sanación. Te abrazo.

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