¡Ay qué ganas dan de meter las manos y resolver los asuntos de nuestros pequeños! Sobre todo en esas ocasiones en que estamos convencidos de saber cual es el paso correcto, según nosotros. Así como: “Hijo, haz cómo te digo”, “Dile esto a tu amiga la grosera!”, “defiéndete de esta forma!”, “Vístete así y no asado”, “Cuando estés triste no hagas esto”.
Todos estos consejos y sugerencias nacen de nuestra propia fórmula personal de algo así que yo llamo sabiduría vernácula. Imagínala como una receta, que has desarrollado a lo largo de los años. Gracias a todas las experiencias que has tenido, fuiste descubriendo los ingredientes necesarios para que más o menos te sientas segura y a salvo y funcionando en la vida. Seguramente, esa receta efectiva es valiosísima para ti, aunque no necesariamente lo es para tu hijo.
Él tiene que hacer su propia receta, a lo largo de su vida irá descubriendo que ingredientes le conviene usar. Su receta puede ser muy diferente a la tuya, y eso está bien, porque tú y él son dos personas distintas en situaciones diferentes.
Aquí lo importante es que él haga su propia receta, y que cuente con tu apoyo y aprobación para practicar, equivocarse y corregir. Recuerda que equivocarse es parte del proceso y lo que nos toca es seguir apoyando para que siga intentando.
Ahora, si criticamos su fórmula, lo regañamos por fallar, y/o le pedimos que mejor siga la nuestra, tardará más tiempo en encontrar los ingredientes útiles para él. Incluso podría tener ya una buena receta y no usarla porque dude de ella.
Por supuesto que puedes ayudarle a conformar su receta, es más aún cuando quisieras no hacerlo seguramente dejarás una huella.
Siguiendo con la metáfora, por supuesto que puedes acercarle ingredientes, o sea darle sugerencias, tips, estrategias, compartirle tus experiencias, solo recuerda que el niño tiene la última palabra en su receta. Será su decisión usarlas o no.
Claro que cuando se trata de límites y reglas que tu sabes que lo mantienen a salvo, no toca más que hacerlos cumplir. Y si no los cumple, igual ayúdale a reflexionar: ¿qué intentabas?, ¿qué querías lograr?, ¿cómo lo puedes lograr sin romper las reglas de casa?
Y para que tengas el mejor resultado, permite que sus actos tengan consecuencias naturales, así podrá medir el efecto real de sus ingredientes. Y posterior a esto, nuevamente invítalo a reflexionar.
Reflexionar no es echar choro, rollo, discurso eterno, sino hacer la preguntas: ¿qué querías hacer? ¿qué intentabas?, ¿te funcionó?, ¿que puede ser mejorado?, ¿qué puedes intentar diferente la próxima vez?
Espero que esta información te sea de utilidad.